"LAS NAVIDADES DE MI MAMÁ"
Corría el año 1.958,
cuando por las estrechas calles destartaladas
de un pequeño barrio pescador,
caminaba una niña muy chiquita,
de aspecto soñador.
Su cabello largo y bien peinado
destacaba junto a sus ojos como el carbón.
De una familia muy humilde,
con su madre costurera y su padre capataz,
aquella niña tan pequeña
ya conocía la dureza de trabajar.
En más de una ocasión,
su pelo tuvo que cortar
con el fin de ganar una perra gorda
que transformaba en dos mendrugos de pan.
En aquellos tiempos no existía la televisión,
las consolas ni el ordenador,
esta niña disfrutaba con su muñeca de cartón.
Hasta que un mal día se le ocurrió
la gran idea de bañarla en su barreño de color.
Su muñeca desnutrida, sin chicha ni expresión,
acabó hecha trizas como un gallo perdedor.
Cuando la Pascua se acercaba,
un sueño y una ilusión
se repetían en su mente
como el ajo y el cebollón.
Su modesta casa quería adornar
con un Belén de Navidad.
Algo casi imposible
si pudierais recordar
cómo se vivía por aquel entonces
sin apenas agua ni pan.
En ese barrio almeriense,
con la Alcazaba como techo
y San Cristóbal como patrón,
el dinero no sobraba
ni para comer con tenedor.
Era impensable que nadie tan desamparado
pudiera conseguir
ni una pieza del Nacimiento,
aunque fuera un colibrí.
Pero la niña no se rendía
y aunque todos los años a su madre le pedía
como regalo el portalón,
la pobre se quedaba
sin figuras ni zurrón.
Mas esta vez ya estaba harta
y estrujó su imaginación.
En un día muy lluvioso
a la puerta de su casa salió
y en la calle sucia y angosta
sus delgadas piernas hincó.
Por la ladera de la montaña,
plagada de casas cueva,
una manta de barro bajaba
dejando lodo por la calzada.
Todo lo que pudo la niña se acercó
con un poquito de miedo
hasta el rápido cauce marrón.
Con sus manos tan blanquitas
un puñado de barro agarró.
Se puso a moldearlo
con una sola intención,
conseguir lo que era imposible
para una niña en su situación.
Después de dos horas y media
de trabajo y sin parón,
la niña volvía a su casa
con cinco figuras blandas
que ensuciaban su faldón.
Su madre que del trabajo regresaba,
a su pequeña empapada y tiritando vio.
Aceleró su paso para estrecharla entre sus brazos,
y por la puerta de su patio rápidamente la metió.
Después de explicarle
cómo había llegado a ese estado,
de la regañina no se salvó.
Con lágrimas en los ojos,
la niña le mostró lo que había conseguido.
La Virgen María, José y Jesús
descansaban junto a un buey y una mula
sin formas pero con sentido.
“Solo quiero que las Navidades sean especiales, mamá…”
le dijo con sinceridad.
Doña Isabel miró a su hija
muy sorprendida y sin rencor,
después de unos segundos,
fuertemente la abrazó.
Jamás se había imaginado
la importancia de aquellas figuras
con las que tanto había soñado
su hija tan tozuda.
Al día siguiente, después de trabajar
la mujer muy orgullosa y alegre,
caminó por la Avenida del Mar.
Llevaba vacío el monedero,
pero las palabras de su niña la guiaban
para hablar con el peluquero.
Pasados diez minutos,
y con un moño de pelo menos,
se puso en marcha muy jocosa
para llegar a una tienda muy lustrosa.
Cientos de figuras completaban el escaparate,
con los Reyes Magos destacando con sus camellos y petates.
La mujer cambió la peseta que había ganado con su pequeño sacrificio
por un pesebre muy pequeño y un pastor muy “bonico”.
Cuando por fin llegó a su casa,
llamó a su pequeña Josefina.
Le mostró con alegría
lo que ella tanto quería
y en su cara se dibujó
la más bella de las sonrisas.
Después de muchos años,
esa niña ya está crecida.
Ya cuenta con sesenta años
y una familia muy nutrida.
Cinco hijos y cinco nietos
que significan más que su vida.
Y aunque las cosas mucho han cambiado
sigue soñando cada día.
Espera con ansia las navidades,
pero no quiere oro, joyas ni bienes,
solamente desea montar en su hogar
el más bello de los Belenes.
S.NINO.10 (29/11/11)